LO CRISTIANO

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Lo cristiano se fundamenta en una persona: Jesús. Y en un estilo de vida: el Evangelio. Los cristianos, si no somos orantes y no nos relacionamos con Jesús, si no meditamos su Palabra, si no nos dejamos configurar por Él, estamos abocados a la mediocridad. El cristianismo es relación amorosa con Jesús, crecemos en comunicación con Él a fuerza de escucha y diálogo orante. Escudriñando la Palabra, lo vamos conociendo poco a poco y nos vamos dejando hacer por Él. El Espíritu Santo nos ilumina e ilustra desde dentro. Jesús nos va impregnando de su identidad, y su presencia en nosotros nos dispone para vivir en el amor y asumir la cruz. Con Él, por Él y en Él, somos los crucificados-resucitados para que la humanidad goce plenitud.

Lo cristiano es vivir al modo de Jesús que «pasó haciendo el bien». Avanzar por este camino. El orante es pura relación amorosa con Jesús y, mirándole, vamos quedando configurados con Él: “El mirar de Dios es amar”; “Mire que le mira”; “los ojos en Cristo”. Él se hace a nuestra necesidad. El Grande nos engrandece. La oración es relación y vida con Cristo Jesús; esta relación acrecienta la relación personal con los demás en amor, perdón y servicio. Hacer todo a partir de Cristo Jesús. Jesucristo nos da su sacerdocio y nos hace carne y sangre suya, encarnación suya, pura identidad. Somos Eucaristía por don y gracia suya. Lo cristiano es un proceso de identificación con Jesús, dice Pablo: “vivo yo, pero no yo, es Cristo quien vive en mí”. (Gl2,20).

Jesús quiere que, adheridos a Él, seamos pan de Dios. Partirnos y repartirnos como Jesús se partió y repartió a sí mismo. Nosotros mismos somos comunión para los demás y los otros para mí. Ser celebradores de Eucaristía y crear la comunión a la intemperie de la vida y en medio de las gentes. Ser pueblo sacerdotal es vivir de la abundancia de Dios, que se reparte a la humanidad para que todos vivamos abastecidos. El sacerdocio es de todos y todas, aunque a las mujeres todavía no nos quieran reconocer esta gracia y derecho de ser ordenadas oficialmente. Las mujeres en la Iglesia, sufrimos una exclusión y un robo que dura milenios. La voz profética de las mujeres señala y denuncia con valentía y coraje esta indignidad hacia nosotras. Dios ha oído nuestro lamento y está de nuestra parte para hacernos justicia. Dios no quiere la exclusión de nadie. Toda exclusión es una violación a la justicia del Reino de Dios. Dios nos dice: «Ve, yo te envío»,  y también dice a los discípulos: «No se lo impidáis». Está naciendo una liberación.

La grandeza de Jesús nos engrandece a todos y todas cuando nos determinamos a “pasar haciendo el bien”, cuando nos disponemos a dar la vida por los demás, su imagen y semejanza asoma clara. Creer es tener la absoluta seguridad de que somos transformados por Cristo y que nuestra vida está destinada a ser plenitud en Dios. Plenitud que comienza aquí y ahora. Dios-Jesús, lo es “todo en todos”. Ser cristiano-a, es hacer resplandecer la luz de Cristo Jesús que vivió, murió y resucito por todos. Vamos hacia un destino glorioso, no individualmente. La gran fraternidad a la que Dios nos llama nos une las manos de todos y todas hacia el Reino de la felicidad. En este camino, hallamos los hermanos y hermanas de todas las religiones. Todos juntos hacemos camino de salvación hacia la casa del Padre, de nuestro amor mutuo depende la paz. Pablo nos deja claro que, “Si por uno murieron todos, por uno, todos volverán a la vida” (Rm 5,15), solo Dios sabe por qué camino y de qué manera. Nuestra seguridad es la redención de Cristo Jesús por toda la humanidad.

La peregrinación de la fe es pura apertura hacia la liberación final todos juntos. Liberación que el Resucitado ha realizado para toda la humanidad y creación entera; no “por muchos”, “¡por todos!”, (lamentable cambio realizado en la consagración de nuestras eucaristías; el Papa Francisco no ha querido hacer esta reforma y sigue diciendo “por todos” en sus eucaristías, podríamos imitarle). La encarnación de Jesús asume toda la encarnación humana, todo queda cumplido en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. En Él, todo ha sido crucificado y resucitado. A Dios no se le escapa nada ni nadie. Todo queda cumplido en Dios.

El cristianismo ha de ser liberación efectiva, visible y eficaz. No hay fidelidad ni felicidad si no hay fraternidad, libertad y justicia del Reino. El cristianismo es pura libertad que no permite exclusiones ni marginaciones, ni dominio de unos sobre otros. La libertad la recibimos de Dios como don y gracia, es un derecho humano para todos los hijos e hijas del Padre-Madre. Y esta libertad nos capacita para afrontar las situaciones de injusticia social, política y religiosa. El cristianismo nos iguala en el amor y el perdón. El amor y perdón de Dios va dirigido a toda la humanidad sin excepciones. Ser cristianos es estar hechos para amar y servir a los hermanos como lo hizo Jesús. Humanidad y universo somos de Dios. Nadie por encima de nadie. Simples servidores unos de otros. La vocación cristiana es: Amar y decirlo con la vida ofrecida. Fuera de esto es errar el camino.

Las mujeres en la Iglesia, no podemos depender solo de las decisiones de la jerarquía eclesiástica, ni de las leyes del Derecho Canónico hechas por solo por varones eclesiásticos, sin contar con nosotras nunca jamás. Mujeres creyentes y seguidoras de Jesús, hemos de decidir nosotras lo que queremos vivir desde el encuentro con Jesús y su Evangelio. En definitiva, lo que en verdad cuenta en el cristianismo es Jesús y su Evangelio. Todo, absolutamente todo depende de una vida para el Evangelio, que nos lleva a pasar haciendo el bien, tal como lo hizo Jesús. Fuera de esta verdad del Evangelio y tal cómo están hechas las leyes eclesiásticas para las mujeres, nuestra exclusión es una traición al Evangelio y a Jesús, que nos quiere en libertad e igualdad. Lo nuestro es estar siempre con Él e imitarle a Él; lo que hizo, hacerlo nosotras también. No entretenernos en otra cosa sino en seguirle a Él, en lo bueno y en lo adverso.

Nuestra obediencia ha de ser solo a Dios. Lo determinante y decisivo de nuestro ser cristianas es: “Haced esto en memoria mía”. Y como pan de Dios que somos nos partimos y repartimos, creamos la comunión y comunicación con toda la humanidad y creación entera. Las mujeres seguidoras de Jesús desde el principio y hasta el final, no traemos otro cuidado sino imitarle a Él, sirviendo a toda la Iglesia y a toda la humanidad. Su sacerdocio nos pertenece también, nos lo da Él. Lo determinante es ser reconocidas con pleno derecho, no permanecer en la exclusión. Aquí nuestra decidida lucha hacia la libertad de hijas de Dios. La exclusión forma parte del mal radical, es un gran mal. Como dice el Papa Francisco: «Hagan lío». Ya lo hemos comenzado.

20 – septiembre – 2023 Por Anna Seguí Martí

2 respuestas a “LO CRISTIANO

  1. Remedios 14 junio, 2024 / 8:15 am

    Gracias, Anna, una vez más por implicarte tanto por la igualdad y la dignidad de la mujer, que también descrita está en el Evangelio, para que de una vez por todas nos sea reconocida.

    Sigamos todas reivindicando nuestro espacio en la iglesia, a ver si conseguimos seguir lo que el Papa dice (pero no hace) de librarla de tanto clericalismo.

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    • Anna Seguí ocd 14 junio, 2024 / 9:34 am

      Sí, seguiremos. Como Moisés siguió ante el Faraón. Hasta el pleno derecho y la plena dignidad.

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